
Algunos sucumben bajo la usura con un cierto grado de
culpa. Quienes despilfarran el dinero arrastrados por la adicción a
las apuestas y luego piden dinero al usurero para seguir
en su vicio, tienen no poca responsabilidad en lo que
les ocurre (menos en los casos de graves enfermedades psicológicas).
Otros han llegado a una situación de penuria económica por
haber administrado sin responsabilidad sus posesiones; al final, sienten la
urgencia de un dinero rápido, y caen fácilmente en las
manos de prestamistas carentes de escrúpulos.
Pero muchos otros quedan atrapados
en la usura simplemente por situaciones no culpables. Los padres
de familia que no consiguen el dinero necesario para dar
de comer a sus hijos; el joven que necesita dinero
para pagar el último año de carrera y así estar
listo para una ocasión importante en su camino profesional; el
hombre o la mujer que perderán la casa y tendrán
que dormir en la calle si no pagan las cuentas
de alquiler... Miles y miles de personas viven bajo la
angustia de conseguir urgentemente dinero, que les es ofrecido, sin
muchos trámites pero con intereses asesinos, de mano de usureros
despiadados.
El préstamo a intereses desorbitados produce, ciertamente, un pequeño alivio:
al menos se paga lo urgentísimo, y así uno sobrevive
unos cuantos días más. Pero el precio es muy alto:
el dinero que se pudo conseguir está asociado a la
presión de intereses criminales, que “obligan” a devolver un capital
muy superior al recibido.
Por eso la usura genera esclavitudes y
desesperación. La ayuda para el hoy se convierte rápidamente en
un monstruo terrible, que devora y destruye lo que uno
pueda ganar con su trabajo o las pertenencias básicas que
se hayan conservado hasta esos momentos dramáticos.
¿Cómo superar este tipo
de situaciones?
Parece utópico trabajar por sociedades en las que
nadie sienta la urgencia del dinero. Pero se puede, poco
a poco, crear sistemas de ayuda de forma que los
más necesitados tengan acceso a préstamos justos, y un apoyo
para que pronto encuentren un puesto de trabajo con el
que puedan salir adelante. Ese apoyo debe venir de los
mismos familiares y de hombres y mujeres de buena voluntad,
dispuestos a ofrecer lo necesario a quienes viven en situaciones
de penuria.
La condena contra la usura es de las más
firmes que encontramos en la doctrina católica, aunque muchos no
lo recuerdan. En el libro del Levítico leemos lo siguiente:
“Si tu hermano se empobrece y vacila su mano en
asuntos contigo, lo mantendrás como forastero o huésped, para que
pueda vivir junto a ti. No tomarás de él interés
ni usura, antes bien teme a tu Dios y deja
vivir a tu hermano junto a ti. No le darás
por interés tu dinero ni le darás tus víveres a
usura” (Lv 25,35-37).
En una audiencia general, Juan Pablo II recordaba
la necesidad de “no prestar dinero con usura, delito que
también en nuestros días es una infame realidad, capaz de
estrangular la vida de muchas personas” (4 de febrero de
2004).
Benedicto XVI, en la encíclica publicada el año 2010, “Caritas
in veritate” (n. 65), pedía medidas concretas para proteger de
los riesgos de la usura a los más vulnerables, así
como el deber de enseñarles a defenderse de esta amenaza.
En
las situaciones de crisis económica que afligen diversos lugares del
planeta, la desesperación de muchos desencadena, por desgracia, la avidez
de los usureros, que incluso, con apariencias de legalidad, ofrecerán
dinero “fácil” a un precio esclavizante.
Por lo mismo, luchar contra
la pobreza, promover acciones concretas de solidaridad, estar disponibles a
ayudar en sus necesidades primarias a los más necesitados, hará
posible que sean pocos los que caigan bajo las garras
de usureros, y que hombres y mujeres puedan reconocer que
el mundo es hermoso cuando llega la necesaria ayuda de
manos amigas y desinteresadas.
fuente: catholic.net
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