La Liturgia
de la Palabra: Se lleva a cabo en el ambón.
Es una de las partes más importantes de la Misa.
En la Misa diaria, hay una sola lectura. Los domingos
y días de fiestas hay dos lecturas, siendo la primera,
generalmente, del Antiguo Testamento, la segunda, es tomada generalmente, de
Hechos, Cartas, Nuevo Testamento.
Entre la primera y la segunda,
se recita el Salmo Responsorial, parte de canto y parte
de meditación. La respuesta al Salmo es para favorecer la
meditación. En esta parte, los fieles permanecen sentados con una
actitud de atención, para que la Palabra los alimente y
fortalezca. Dios habla, hay que escuchar con veneración.
Sigue el
Aleluya, canto de alegría, preparación para el Evangelio; hay movimiento
en el altar, el sacerdote va al ambón.
La Misa
continúa con el Evangelio. Antes de su lectura, el sacerdote
junta las manos y con gran recogimiento, dice: “Purifica Señor
mi corazón y mis labios para que pueda anunciar dignamente
tu Evangelio”. Éste debe ser leído por el ministro, en
caso de que sea un diácono quien lo lea, debe
pedirle su bendición al sacerdote. Un sacerdote no le pide
la bendición a otro, sólo al Obispo. Si se escucha
con atención y con las debidas disposiciones: humildad, atención y
piedad, se depositará en el interior de cada fiel, una
nueva semilla, sin importar cuántas veces se ha escuchado el
mismo Evangelio, siempre habrá algo nuevo. Al finalizar el sacerdote
dice: “Esta es Palabra de Dios” y besa el Evangelio
diciendo: “Por lo leído se purifiquen nuestros pecados”.
La Homilía,
momento muy importante para la vida práctica de los fieles;
no se puede omitir en domingos y días festivos. En
la lectura de la Sagrada Escritura, habla Dios; en la
Homilía, habla la Iglesia, depositaria de la Revelación, con la
asistencia del Espíritu Santo para que se interprete rectamente la
Escritura. Hay que escuchar con una actitud activa lo que
la Iglesia quiere decir por medio del sacerdote, no hay
que juzgarlo. La Homilía es una catequesis, no debe hablarse
de otros temas que no sean referentes a la fe
y a la salvación. Si no hay homilía, debe haber
un silencio meditativo después del Evangelio. El Obispo predica sentado
con báculo y mitra.
El Credo, nuestra profesión de fe. Se
profesan doce artículos, manifestando la fe en Dios, Sólo se
reza en domingos y días festivos. En Navidad y en
el día de la Encarnación, se arrodilla cuando se dice:
“... Se encarnó de María, la Virgen”.
La Oración de los
fieles: Todas estas oraciones son de petición. Los fieles ofrecen
sus peticiones al Señor. Pueden ser hechas por los fieles.
Su finalidad es pedir a Dios por las necesidades de
la Iglesia:
La preparación de las Ofrendas: Se llevan las ofrendas al altar, lo más conveniente es que los fieles las lleven. Estas son el vino y el pan. Se recoge la limosna, la cual es también una ofrenda. El sacerdote prepara el altar, extiende el corporal, si tiene copón lo destapa. El sacerdote recibe las ofrendas del pueblo. Con las ofrendas, la asamblea no sólo ofrece lo material, sino que simboliza la entrega del cristiano, su total disponibilidad a lo que Dios le tiene señalado. Se entregan los dones que Dios ha dado a cada quien, todo se pone a su disposición.
Ofrecimiento del pan y del vino: El pan y el vino se ofrecen por separado. El vino es preparado por el sacerdote que le añade unas gotas de agua diciendo: “Que así como el agua se mezcla con el vino, participemos de la divinidad de Aquél, que quizó compartir nuestra humanidad”. Existe un simbolismo entre el pan y el trabajo, además de que, en el pan hay muchos granos de trigo. Y como dice San Pablo: “Porque el pan es uno, somos muchos un sólo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan” (1 Cor 10, 17). El vino se obtiene de la vid, machacando y pisando, símbolo de dolor, de sufrimiento y se ofrece para convertirlo en la Sangre de Cristo por un deseo de expiación. Con el pan y el vino se ofrece el trabajo, el descanso, las alegrías, las contrariedades; pero sobre todo, el deseo de que Dios acepte a cada quien con sus miserias, y los transforme con su Gracia hasta asemejarlos a su Hijo.
El lavatorio de manos: Con este gesto el sacerdote, una vez más, expresa su deseo de purificación y limpieza interior. Esta acción indica que se debe estar puro de todo pecado, lava las manos para purificarlas. El sacerdote dice: “Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado”.
Oración sobre las ofrendas: El sacerdote abre los brazos y dice: ”Orad hermanos...”, recordando a los fieles que también ellos ofrecen junto con él, el sacrificio, que no deben ni pueden quedar al margen. Se lee la oración de las ofrendas que expresan a Dios, de modo oficial, los sentimientos y deseos de los fieles, de la Iglesia en relación a las ofrendas, suplicando que las reciba y después de santificarlas, conceda los bienes espirituales que emanan del sacrificio.
Fuente: Catholic.net
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